ABRIRNOS A LA TERNURA SIN MIEDO: EL RETO DE ATREVERNOS A SER VULNERABLES
Esta escena se me ha quedado grabada en la memoria para siempre: estoy haciendo mis prácticas de medicina en el servicio de urgencias de cirugía.
Un señor mayor tendido en una camilla gime débilmente mientras espera que lo examinemos. Sufre: se ha caído en la calle y es posible que se haya roto la cadera.
A su lado, su mujer lo reconforta: le seca con cuidado el sudor que le perla la frente, le habla al oído, le acaricia las mejillas, las manos.
Sonríe dulcemente, con una sonrisa a la vez triste y apaciguadora. Y esa sonrisa, que me fascina, significa mil cosas: que quiere calmarlo, que lo ama, que, pese a todo, es feliz por estar ahí, junto a él, que le desea todo el bien, que hará lo imposible para que no sufra demasiado.
Esa sonrisa increíble, de una fuerza y una dulzura infinitas, más hermosa y conmovedora que la de una Piedad de Miguel Ángel, es la sonrisa de la ternura.
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